Capítulo I
Jueves por la madrugada, Matías se levantó porque el insomnio, la falta de electricidad y el calor santafesino lo acosaban. Fue hasta la heladera y como siempre no encontró nada. Frustrado en su intento de asalto, tomó papel y lapicera para escribir mientras que la luz de una vela no llegaba a lastimar la oscuridad del comedor. Preparo la pava para el mate. El sobre estaba abierto sobre su escritorio. Se puso a escribir casi en total oscuridad.
Del otro lado de la mesa, el diario de la tarde decía que había algo raro en el aire, algo peor que un empate a último minuto, pero eso era algo que todavía no lo preocupaba. Frío, el mate. Matías había tenido uno de esos días al final de los cuales uno no se puede dormir porque había acariciado los sueños; y como testigo ahí estaba ella suspirando, durmiendo y flotando en las sabanas, resto de los restos de un inconcebible naufragio de besos húmedos, caricias penetrantes y oscuros perfumes.
Mientras ordenaba sus palabras en el papel, Matías se preguntaba porque su relación no había pasado a formar parte del éter cibernético, se preguntaba porque se seguían dejando cartas, porque se regalaban golosinas y porque lo más tecnológico que usaban para comunicarse era una llamada o a lo sumo un simple mensaje de texto ¿Por qué no necesitaban relacionarse a través de una computadora? Tal vez porque lo suyo no necesitaba alimentarse de la apariencia de lo real sino de la realidad misma, a los dos les gustaba compartir la simplicidad de una relación anacrónica mientras que gran parte de la humanidad elegía, cada vez con más frecuencia, vivir, desvivir y malvivir el amor en los tiempos del facebook…